
El viejo tejía con las manos. Tejía las estrellas con las puntas de los dedos.
En el barrio, todos decían que estaba loco. ¨Mire si un hombre grandote como él,
no va a tener otra cosa que hacer que pasarse todo el día moviendo las manos¨
¨Está loco¨, decían los mayores.
Yo sabía que el viejo no estaba loco. Pero no podía decirlo.
Los chicos siempre decimos pavadas.
No me dejaban acercarme a él por miedo a que me contagiara.
Yo quería ser como él. Por eso, cuando todos se habían dormido,
me escapaba por la ventana de mi cuarto y me deslizaba entre las sombras hasta donde él estaba.
No hablábamos. No hacía falta.
Él me enseñó a tejer estrellas y a fabricar espadas.
Todas las tardes lo veía desde mi cuarto, mirando hacia el cielo,
esperando a que salieran esos botones plateados que tanto le gustaban.
Yo, desde mi ventana, tejía con las puntas de los dedos sin que mis padres se enteraran.
Una vez, mi madre, barriendo el cuarto, encontró bajo mi cama
un montón de piedras.
Se enojó conmigo y las tiró por la ventana.
Yo no podía decirle que eran estrellas apagadas,
además, no me iba a creer, y me lavaría la boca con jabón.
Desde ese día, las piedras que había tirado se encendían de noche
en nuestro jardín.
Todos decían que eran luciérnagas,
pero yo sabía que eran estrellas,
aunque volaran entre las plantas.

5 comentarios:
Excelente. Simple, conciso y bello.
Lo felicito!
Slds
EXCELENTE
Después de Baudelaire, el Ladrón de Música de de Enrique Estrázulas y el Ensayo sobre la Ceguera de Saramago lo mejor que he leído en mucho tiempo. Siga así...
Me encantó!!! Sos un grande Ariel o te debo decir Leira? Abrazo!!!
Buenísimo. Me gustó mucho.
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