
Cuando llegó al ataúd le sangraba el hocico.
Arqueó el lomo y estornudó tierras y mocos.
Leyó el nombre en la placa y aulló satisfecho.
Sus garras destrozaron la tapa y llegó hasta el cadáver.
La luna flotaba amarilla y en silencio
cuando el guardián del cementerio se acostó.
Al otro día, en la taberna, juró y perjuró que escuchó
al Diablo hablar con los muertos.
Nadie le creyó y riéronse de él.
Y cuando le preguntaron,
no supo explicar sus uñas rotas,
ni los tajos en su nariz que aún sangraban.

2 comentarios:
Muy bueno!
Idem
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