Desde su altura, le veía un pedazo de nuca y casi toda la espalda.
Él cerró los ojos y se dijo: ¨plata bien gastada¨.
Cuando acabó, le preguntó:
¿Cuanto te debo?
Y ella, arrodillada, le contestó:
¨Son cincuenta¨.
Él le dió sesenta y con paso firme atravezó la plaza.
Sus zapatos brillaban.

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